Llegué a Estados Unidos a los 14 años con mi madre y hermanos en busca de un futuro mejor. A los 18 me independicé, me casé y, poco después, fui madre. Intenté compaginar la universidad con la maternidad, pero las dificultades fueron abrumadoras. Cuando estaba por terminar mis estudios, el embarazo de mi segundo hijo me llevó a hacer una pausa y enfocarme en mi familia y trabajo.

Con el tiempo, mi primer divorcio me dio la libertad de reenfocar mi vida. Me esforcé en mi carrera en una institución financiera, llegué a ser gerente y finalmente terminé mis estudios. Luego me casé de nuevo, tuve a mi tercer hijo y decidí emprender, encontrando la flexibilidad que necesitaba para mi familia, mi espiritualidad y mi crecimiento personal.

A pesar de los desafíos y un segundo divorcio, aprendí que el equilibrio no es solo gestionar responsabilidades, sino aceptar los retos y crecer con ellos. Agradezco a Dios y a quienes influyeron en mi camino, tanto los que me enseñaron qué evitar como los que me inspiraron a ser mejor.

Hoy, como madre y empresaria, soy testimonio de resiliencia. Mi historia es prueba de que, sin importar los obstáculos, es posible construir la vida que soñamos. Espero inspirar a otras mujeres a nunca rendirse.